Tras colgar —se había sentado en el banco de una plaza silenciosa, lo más lejos del fragor del tránsito que pudo hallar— dejó de ver el teléfono, el bolso, el banco, la plaza, la calleja que desembocaba en la avenida, la avenida, los autobuses, la multitud y el trámite que movía sus pasos en el momento anterior a que sonara. Tuvo la impresión de que aún existía por el interés que despertaba entre las personas que, sentadas en los otros bancos de la plaza, la observaban con disimulo mal enmascarado. Pero por mucho que la miraran, había dejado de verse.
lunes, 28 de noviembre de 2016
sábado, 26 de noviembre de 2016
Biografía de la mirada (VI)
Espera en la esquina del estanco y me acompaña hasta la parada del autobús. No es gran cosa lo que se puede ver a aquella hora. Empleados con las manos en los bolsillos, obreros con el bocadillo bajo el brazo, estudiantes con las mochilas a la espalda, mujeres cabizbajas. No sé de dónde se saca lo que contempla. Trae a su conversación lo que lleve en mente, pero tampoco es capaz de decirlo a las claras. Has visto este, mira la otra. Me abate con su resentimiento. Enmaraña de suspicacias la franqueza del momento, la luz tenue de la mañana.
jueves, 24 de noviembre de 2016
Biografía de la mirada (V)
Ha llovido. Las pisadas dejan una huella en la tierra reblandecida, pero en seguida las hojas se apresuran, con cada golpe de viento, a ocultarlas. Hojarasca que va trenzándose con amarillos en lo que un día debieron ser unos ojos vivos, anhelantes, que ahora contemplan el rectángulo negro de la ventana dentro de un vagón de metro. De las ramas se desprenden gotas que caen en el charco de una mirada. Se abriga el cuello con el chal donde la multitud se arracima. No refresca aquí ni en lo que esté pensando, sino en la mirada misma, en su intemperie.
martes, 22 de noviembre de 2016
Biografía de la mirada (IV)
Si aquel mira, si este mira, si el de más allá está mirando, he de cerrar los ojos para ver. Porque mantenerlos abiertos no sirve ya para distinguir lo que hay, sino para establecer solo un orden. De qué me vale que el de más allá mire, este mire y aquel esté mirando si el cauce común conduce a lo explicable. Si entre todas las miradas componen un acuerdo al que denominan realidad sin la menor objeción. Usan la vista para reconocer lo que ya han visto que hay, no para imaginar lo desconocido. A tientas avanzo hacia lo inexplicable.
domingo, 20 de noviembre de 2016
Biografía de la mirada (III)
Ya sé que era solo la cocinera, pero la casa estaba apartada y el verano era tan inacabable que allí todos parecíamos importantes. Pasaba la mañana condimentando alimentos y por la tarde limpiaba los fogones. Si salía al jardín, avanzaba cabizbaja, con grandes zancadas. Como si tuviera prisa. La sujeté por el hombro. Le dije que mirara hacia las montañas, el verdor azulado de los pinos, los pastos aún frescos, las crestas de granito descarnado. No levantó la vista de los guijarros del sendero. Solo hay un paisaje, me respondió. ¿Y esta maravilla? Una postal que nadie me ha mandado.
viernes, 18 de noviembre de 2016
Biografía de la mirada (II)
Podía no ver a nadie, aun mirándole a los ojos. Se cruzaba por los corredores sin responder a los saludos aunque a menudo caminara hablando, consigo misma o con el vacío que la acompañaba allá adonde fuera. Cara de persona solitaria, gesto abandonado, nunca se le vio, ni aquella tristeza que empalidece las facciones. Andaba siempre alegre, puro júbilo que no compartía. La rara, la llamaban las demás, la chiflada. Cumplía sus tareas y al final de la jornada, cuando las hermanas parecían rezarle a un padre autista, secreteaba ella con otro juguetón y comprensivo. Un dios igual de lunático.
miércoles, 16 de noviembre de 2016
Biografía de la mirada (I)
Voy de la mano con mi padre por la Calçada da Estrela contando los tranvías que suben y los que bajan. Le miro y sigo buscando qué miran sus ojos, que no se posan sobre nada que vea yo delante. Voy contemplándome en el reflejo de los escaparates de las tiendas por donde pasamos y admiro una y otra vez el vestido que llevo puesto y que tanto me gusta, pero que mi padre no parece advertir. Voy saltando en el empedrado por encima de bichos que ahora solo ven mis ojos y cuando reclamo los suyos tampoco los encuentro.
lunes, 14 de noviembre de 2016
Becqueriana / 97
Desde lo alto, la ciudad es el juguete de una niñez que creció en exceso para jugar, y lo hizo además demasiado pronto. Un entretenimiento que los años convierten en trasto arrinconado. Un bulto coleccionista de polvo que un día se encuentra con sorpresa buscando espacio para guardar otra cosa. Desde la calle, la ciudad es la sorpresa que devuelve la vida al juguete perdido: las manos juntas, la tarde sin rumbo, la navegación a merced del viento y de un café en mesa de mármol para dos como único fin de un deambular erudito solo en pasos felizmente perdidos.
sábado, 12 de noviembre de 2016
Becqueriana / 96
La tarde trae nubes con historias por contar. Hay quien las espera y observa el cielo, cada día, por descubrir en su blancura u oscuridad el hilo que conduce a un acontecimiento que no ha ocurrido. Las nubes hablan siempre por los codos. Las lóbregas, embozadas, antipáticas se acuerdan de quienes al cruzar frente a un charco lamentan no haber saltado sobre su cristal. Las blancas, orondas, felices acompañan la aventura de quienes con las manos entrelazadas transitan distraídos por las calles. Los cielos de otoño convierten a los visionarios en lectores de nubes. Las detienen, las contemplan, las escuchan.
jueves, 10 de noviembre de 2016
«Que todo en la vida es cine», de Toni Montesinos
Acierta Toni Montesinos (1972) al plantear la crítica cinematográfica desde la biografía. Desde fuera, primero, porque ir al cine ha sido —no sé si aún lo sigue siendo— un momento de especial intensidad: lo que se hacía el domingo, donde se iba con amigas y amigos, con la persona amada… Evocar una película es revivir el momento de ir a verla. Pero también desde dentro. La identificación que las tramas proponen al espectador no es un ejercicio gratuito, tantas veces será un modelo para sus actos cuando la vida se haya vuelto incomprensible. Desde ahí Montesinos cuenta sus pelis favoritas.
martes, 8 de noviembre de 2016
Dietario de sensaciones, 22 (Sonido)
El graznido del despertador antes del amanecer, el salpicar del agua en el plato de la ducha contra los azulejos, la llamada también olorosa del café que sale, el fragor de la ropa al entrar en contacto con el cuerpo, la puerta al cerrarse, los escalones que dan las horas al bajar, las sirenas ferroviarias a lo lejos, el estrépito de habitación de adolescente del tráfico, el chirrido de los frenos del autobús, el aire comprimido de la puerta al abrirse, su motor cuando acelera, el griterío cruzado entre colegiales, la vibración del cristal. Extraña conversación la de cada día.
domingo, 6 de noviembre de 2016
Dietario de sensaciones, 21 (Carta)
Una carta es una caja de acuarelas. Los dedos que la escriben, el pincel; y los ojos que la esperan, un cuenco de agua. Las palabras son pastillas, cada una de un tono diferente. Y cuando la mirada las lee y los labios las pronuncian en voz baja, colorean el presente de quien las ha recibido. Las cartas irisan la grisura de los días. Los llenan de viveza. De naranjas recién brotadas del árbol, de amarillos cuyos destellos lanza el cristal de las ventanas, de azules que descansan sobre los hombros. Tinte que jaspea las horas, que les da sentido.
viernes, 4 de noviembre de 2016
Dietario de sensaciones, 20 (Huerto)
F.C. In Memoriam
Unas simientes que ocupan el cuenco de una mano. Granulado ya reseco que una tarde las mismas manos extrajeron de un fruto con la punta de una navaja. Semilla a semilla, y que se quedó luego al sol, sobre un papel de estraza, en una tabla. Una azada, sujeta a un palo de madera, que esponjó el suelo, lo labró y luego lo peinó con surcos y montículos que retuvieran la tierra y el agua. Una azuela con la que abrir un hueco en la tierra y depositar las simientes. Luego taparlo. Regar. Ir regando cada atardecer. Saber cómo crece.
miércoles, 2 de noviembre de 2016
Mis contemporáneos 05. Juan José Martín Ramos
Cuando lo conocí hacia 1990, en Madrid, época de «Versión celeste», quería escribir solo novelas breves, pero ya había dado un paso hacia lo imposible. Aquella revista mitad literatura, mitad discapacidad. Siempre me ha gustado lo que no existiría si no fuera porque quien lo ha soñado existe. Hoy es el editor más secreto. Acaba de presentar el 61 de una colección de poesía que pronto se buscará con impaciencia. Tengo la impresión de que en aquel primer encuentro dejamos listo —allí sentados los dos, mientras nadie paraba quieto en las calles fluctuantes— el futuro que hoy llamamos pasado.
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