Aquello a lo que considero
conocimiento carece de valor. ¿De qué sirve saber la dirección del viento y sus
componentes, adivinar la presencia de una flor antes de que la tapia permita verla,
distinguir la especie de los insectos por el sonido del vuelo, anunciar quién
se acerca por el callejón con solo oír cómo resuenan sus pasos, señalar el sur
en cualquier cruce de calles, afear al pianista las notas que ha errado en el concierto? ¿De qué vale deslindar las medias verdades de las mentiras en el
discurso del embaucador si ya me consideran todos un pobre engañado?
domingo, 30 de agosto de 2015
martes, 25 de agosto de 2015
El pabellón dorado [23]
Eso no puedes saberlo.
Madre, ¿por qué? ¿Porque no lo
veo?
No, no es eso. Tampoco es tan
importante verlo.
¿Entonces?
Nada, no puedes saberlo.
Confórmate.
¿Conformarme?
No todo el mundo ha de saberlo
todo.
Son ideas muy extrañas, madre.
No, son las ideas, nada más.
Creo que eso sí puedo saberlo.
Podrías, claro.
¿Entonces?
Nada, tampoco vale la pena que lo
sepas. No es nada.
Si no es nada, ¿por qué no
saberlo?
Me estás enredando.
La que ves el cordel eres tú.
Yo no veo ningún cordel.
¿Entonces con qué te enredo?
Solo sabes decir entonces, entonces.
¿Entonces?
domingo, 23 de agosto de 2015
El pabellón dorado [22]
El don más extraño de la ceguera
es la asimetría. A aquello que sabemos nosotros se le llama ignorancia y cuanto
desconocemos se tiene por conocimiento. Saber que se acerca una bicicleta, la
dirección del viento que sopla en una calle, intuir que los excrementos de un
perro no fueron retirados por su dueño de la acera. Lo que no sabemos: que hay
cristales de botella rota en el pavimento, que los charcos guardan la memoria
de la lluvia largo tiempo, que la pelota huida del parque infantil cruza por el
aire. Lo que denominan conocimiento es lo que desconozco.
viernes, 21 de agosto de 2015
«La ciudad de las desapariciones», de Iain Sinclair
Desde la primera frase que leo en este primer libro que se traduce de Iain Sinclair (1943) me descubro a mí mismo como discípulo suyo desde siempre, aunque hasta hoy lo haya sido sin saberlo. También como vecino, colega, amigo. Como lector. Discípulo de su estilo metafórico, hiperactivo, visionario, tan hiperbólico como a veces necesita la realidad para ser captada con exactitud. Pero sobre todo de su manera de pensar desde el espacio. Busca, primero, el lugar desde el que contar lo que ocurre; encuentra, después, en el lugar los símbolos que lo sostienen; describe el lugar, siempre, para pensarlo.
miércoles, 19 de agosto de 2015
Becqueriana / 76
Las rendijas de la persiana cuelan con la luz una imagen abstracta de la realidad. Entre las tiras negras brillan verdes luminosos donde da el sol y verdes apagados en las sombras, azules centelleantes, destellos color teja y otras mezclas cromáticas difíciles de definir. Sus líneas paralelas trazan en la pared un dibujo geométrico de una escuela pictórica formalista. En medio se encuentran los caminantes inadvertidos del museo de arte contemporáneo de las tardes de verano. Un mismo pintor capaz de desarrollar con una única pincelada dos estilos contrapuestos. Igual que los cuerpos, a veces, que siendo dos devienen uno.
lunes, 17 de agosto de 2015
Becqueriana / 75
Las manos interpretan la realidad. La partitura de la realidad. Son el instrumento que convierte los signos en melodía. Las manos. Cuando se acercan, cuando se entrelazan, cuando acarician. Una música que emerge de inmediato para convertir las palabras y los pensamientos en sonido. Notas inertes cuyo súbito revivir solo conocen las manos. Al acercar una cabeza al pecho, al recorrer con delicadeza los senderos blancos del cuello, al sosegar la inquietud de un brazo. La melodía desconocida de las cosas que las manos tornan diáfana. Un estribillo, un baile, una fiesta. Cuando la realidad pasa a ser una emoción.
sábado, 15 de agosto de 2015
Becqueriana / 74
Tramoyistas, las aves no cesan en su empeño de fijar en su sitio las grandes telas del cielo, de pintarles nubes blancas e infantiles, de extender las alfombras que simulan bosques y arrugar el papel de estraza de los caminos por donde circulan los tractores. Infatigables maquinistas, los pájaros preparan cada amanecer los decorados del gran escenario de la realidad. Basta con situarse, aún en pijama, en el centro y empezar a entonar el aria del día. No importan tampoco las notas. El coro de camelias y de nomeolvides recién abiertas las acompaña. Se canta el gozo de estar cantando.
jueves, 13 de agosto de 2015
Sin relato
Mamá, pregunta el niño, ¿dónde vamos cuando nos morimos? A ninguna parte, desaparecemos. Lo dice sin pronunciar todas las sílabas, como sin decirlo. El niño, que posiblemente no lo haya entendido, lo traduce: ya sé que cuando nos morimos vamos al cielo. Mamá, vuelve a preguntar el niño tras darle a la idea dos o tres vueltas, y cuando nos morimos, ¿podemos llevarnos todas nuestra cositas? La madre, en el mismo idioma confuso, le responde algo así como no vamos a ningún sitio, no llevamos nada. El niño se queda contrariado. Qué escasa poesía ha dejado el existencialismo, me digo.
martes, 11 de agosto de 2015
Cuaderno de tapas rojinegras \ 43
Cinco cuerdas paralelas sobre el blanco azulado del cielo. En el balde, la ropa húmeda. En el saco de tela, las pinzas. Se diría que voy a tender. Sería esta, sin embargo, una manera de ver las cosas con escasa visión. Lo que voy a hacer es a componer una sinfonía. La sinfonía de la mañana. Las cuerdas, el pentagrama. Las piezas de ropa, las notas. La pinzas, la pluma del compositor. Elijo una blusa, la. Una camisa, mi. Un pantalón, do. Un sujetador, sol. Una camiseta, fa. Las pinzas van fijando las notas. El viento, gran instrumentista, las interpreta.
domingo, 9 de agosto de 2015
Cuaderno de tapas rojinegras \ 42
Un piano es siempre un lápiz. Con una línea traza el horizonte. Las montañas, la niebla que las corteja. Con un sombreado es capaz de darle intensidad a la luz. La crea cuando oscurece el blanco áptero del papel. Del silencio. Las notas, en ocasiones, se entrelazan como una trama cruzada que le añade al dibujo sonoro suavidad o aspereza, una sensación en la yema de los dedos que entra por los oídos. Por los ojos. Con círculos de arpegios se construye el movimiento. Sobre la lámina, en el aire. Un impulso que acelera los objetos. Que los hace bailar.
viernes, 7 de agosto de 2015
Cuaderno de tapas rojinegras \ 41
Los acontecimientos históricos de la tarde: el brinco que da el gato para alcanzar la rama del níspero por la que trepa. El giro que insinúa la rosa más alta del rosal en dirección al sur. Los pasos de danza que ensaya sobre la mesa del jardín el gorrión para acercarse desconfiado al charco donde va a beber. Las noticias cruciales de la actualidad: el ruidoso vuelo de la cetonia que se detiene en el respaldo de una silla. La glicinia que se descuelga, como un farolillo, desde el techo del cenador. El silencio que regala la lluvia cuando cesa.
miércoles, 5 de agosto de 2015
El pabellón dorado [21]
Los ojos más certeros no son aquellos con los que se mira. Ver es la acción humana más inútil. Apenas sirve para pasar el tiempo. Una distracción. Son las palabras los auténticos ojos. Lo que traduce formas y colores a lo conocido. Ver y no saber lo que se ve es mirar con un hueco en los ojos. No ver y saber lo que se ve es mirar con los ojos del lenguaje. Nada hay que al decirlo no colme la visión. La naturaleza es un poema que no necesita que nadie lo ilustre. La mera lectura basta para significar.
lunes, 3 de agosto de 2015
El pabellón dorado [20]
No ver lo bello rara vez le resta belleza. El tacto, el aroma, el sonido son, con frecuencia, los verdaderos portadores de sensaciones. Su epicentro. Tocar, oler, oír es, muchas veces, el acceso más directo a la hermosura, sin el estorbo de la visión. Por eso al acariciar, al inspirar, al escuchar una melodía, las personas necesitan cerrar los ojos. La imagen crea un espejismo de la impresión sensual de lo bello, pero la impresión tiene un valor en sí misma que la imagen consigue sugerir, pero no proporcionar. Quien ve se hace una idea de la belleza. Sin verla.
sábado, 1 de agosto de 2015
El pabellón dorado [19]
Hay quien cierra los ojos ante la
belleza. Un paisaje, un cuadro, una flor. Para atraparla, quizá. Para que le dé
tiempo al alma a grabarla con el punzón del instante y el aguafuerte del
vacío, es posible. Lo he interpretado siempre, aunque nadie pensara en ello al
hacerlo, como un gesto solidario con quienes no podemos admirar lo que se ve de
la belleza. Un pensar en nosotros cegando lo que tanta satisfacción acaba de
darles. Un tenernos presente delante de la belleza como nosotros tenemos en
cuenta a los videntes al abrir ostentosamente los ojos para nada ver.
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