Desde lo alto, la ciudad es el juguete de una niñez que creció en exceso para jugar, y lo hizo además demasiado pronto. Un entretenimiento que los años convierten en trasto arrinconado. Un bulto coleccionista de polvo que un día se encuentra con sorpresa buscando espacio para guardar otra cosa. Desde la calle, la ciudad es la sorpresa que devuelve la vida al juguete perdido: las manos juntas, la tarde sin rumbo, la navegación a merced del viento y de un café en mesa de mármol para dos como único fin de un deambular erudito solo en pasos felizmente perdidos.