El pálpito de la noche —un autobús que cruza lejos, el zumbido de un aparato a deshora, los pasos del vecino hacia el baño— acuna a Cintia cuando se acuesta sola. En las sábanas la ampara la sensación de lo recién lavado mientras el despertador juega a formar capicúas con las horas. La ausencia le da sentido a cada instante, escribe con los movimientos del cuerpo un relato sencillo que cada día le gusta más leer. De madrugada, cuando llegue alborotando la página, ebrio, macerado en humo de tabaco, y tosa y tropiece y balbucee, la noche se volverá ilegible.
lunes, 26 de enero de 2009
El consejero solipsista (tríptico)
No exagero. Me emocioné. Paso frente a un colegio público del Raval a la hora de la salida. Decido quedarme en la puerta como si fuera un padre más. Hasta un extraterrestre sabría que no espero a mi hijo en ese colegio. Pero allí me planto. Los niños aparecen acompañados de sus maestros. Quizá haya más de un 90 % de emigrantes. De todo el planeta. Lo que me impresiona, sin embargo, no es lo evidente, sino lo que ocurre: nada. Niños contentos, relajados, en orden, que hablan entre sí con una lengua diáfana, nítida. Igual que en cualquier colegio.
(2)
Miro a los niños, las niñas. A sus maestras, maestros. Me emociono. El disparate de una sociedad que se empeña en repetir los errores de la segregación, el despropósito de una administración educativa que le da coartada, el sinsentido de una hiperactividad legislativa que nadie reclama y que cambia hábitos y prácticas de un día para otro, sin mesura ni reflexión: como un deporte de salón de los políticos. Tanto desatino se me viene a la cabeza cuando veo el sentido cabal —niños contentos— que los maestros le dan al absurdo social, político y administrativo que les ha tocado vivir.
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Miro a los niños, las niñas. A sus maestras, maestros. Me emociono. El disparate de una sociedad que se empeña en repetir los errores de la segregación, el despropósito de una administración educativa que le da coartada, el sinsentido de una hiperactividad legislativa que nadie reclama y que cambia hábitos y prácticas de un día para otro, sin mesura ni reflexión: como un deporte de salón de los políticos. Tanto desatino se me viene a la cabeza cuando veo el sentido cabal —niños contentos— que los maestros le dan al absurdo social, político y administrativo que les ha tocado vivir.
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Evoco, entonces, al rey solipsista, Fernando VII, que ni entendió ni estuvo a la altura de su lúcido pueblo. También aquí hay un consejero autonómico solipsista (dicen que no les habla ni a los directores generales) que cree que todos los problemas de la educación los causan maestros y profesores. Un político que no quiere pasar a la historia por escribir poemas, sino por haber humillado a los únicos que mantienen a flote el extraordinario naufragio de la educación en este país. No, ni comprende ni está a la altura de los lúcidos maestros y profesores que sufren su soberbia.
miércoles, 21 de enero de 2009
Obamario, 3
Para escribir un soneto laudatorio se elige un bloque de hielo sin mácula, purísimo. Se modela según el canon. Se esculpe con minuciosidad y paciencia, y atención a los arabescos del flanco derecho, donde reside la sonoridad. Se vacían lentamente los espacios con cincel fino. Se talla desde arriba, mirando siempre el pie donde se ha de agazapar su sorpresa. Una vez concluido, hay que conservarlo en nevera, porque si el soneto se abandona en mitad de una calle, sus perfiles se desdibujan, sus cenefas sonoras ensordecen y al poco sólo queda sobre la calzada un sucio y pisoteado charco.
martes, 20 de enero de 2009
Obamario, 2 (¿El renacimiento?)
Jesús Aguado cuenta que el presidente le pide a cierta poetisa un poema para su coronación. Rechazar el encargo hubiera sido la única respuesta válida —piensa Aguado—, y me convence. Ahora imaginemos que la poetisa recibe la llamada pre-presidencial y se disculpa. Este acto que ensalzaríamos se queda sin aplauso por la sencilla razón de que nunca hubiéramos conocido encargo y rechazo. Sólo la poetisa podría aplaudirse a sí misma. ¿Admite esta secreta fidelidad a los límites personales la sociedad contemporánea? ¿No se sentiría la poetisa como una idiota por haber perdido la oportunidad de fama y —sobre todo— remuneración?
lunes, 19 de enero de 2009
Obamario, 1
El influjo del periodismo en la escritura creativa borra las fronteras de aquello de lo que vale la pena hablar en literatura. A una pregunta así, la respuesta fetén será: de todo. Como los periodistas, que de todo son capaces de escribir algo. ¿Se ha de hablar de todo también en el blog? En estos casos me acuerdo siempre de Garcilaso y del Emperador: ¿Quién mejor que el poeta escribiría el elogio del monarca? Pero Garcilaso sólo habló de su amor ideal. A un escritor le define el límite que traza ante aquello de lo que no va a escribir.
sábado, 17 de enero de 2009
El invierno
La goma adhesiva que se aferra al cristal del tarro cuya etiqueta intento quitar para reutilizarlo es como una mañana de invierno. Pegajosas, las nubes bajas se adhieren también a la luz de la ciudad mientras en el interior del bote los restos de miel persisten. Y en las calles sobrevive el frío que aleja a los niños que duermen, a los adolescentes que trasnochan en su propio cuarto, a los viejos que aguardan la mejoría del día para visitarlo. El tarro, que conservará el caldo que hierve en el fogón, combate con el estropajo, empeñado en entorpecer su destino.
jueves, 15 de enero de 2009
1985
—Por favor, me da un cupón que acabe en 85.
—¿Ha de ser en 85?
—Sí, que acabe en 85.
—85... A ver qué encuentro. Aquí sale uno en 58 con olor a premio, ¿sirve?
—¡Qué gracioso! Nací ese año. El 58.
—Una buena razón.
—Prefiero que acabe en 85.
—Eso quiere decir que su razón es mejor.
—Bueno, es posible.
—¿Una razón mejor que la de haber nacido? ¿Puede existir?
—No creo que haya ninguna.
—¿Entonces? ¿58?
—Entonces: ¡85!
—¿Mejor que nacer?
—Nacer otra vez.
—¿Otra vez?
—No otra, la primera vez.
—¡Ahora lo entiendo! Pero en 85... ¡Nada!
[English version]
—¿Ha de ser en 85?
—Sí, que acabe en 85.
—85... A ver qué encuentro. Aquí sale uno en 58 con olor a premio, ¿sirve?
—¡Qué gracioso! Nací ese año. El 58.
—Una buena razón.
—Prefiero que acabe en 85.
—Eso quiere decir que su razón es mejor.
—Bueno, es posible.
—¿Una razón mejor que la de haber nacido? ¿Puede existir?
—No creo que haya ninguna.
—¿Entonces? ¿58?
—Entonces: ¡85!
—¿Mejor que nacer?
—Nacer otra vez.
—¿Otra vez?
—No otra, la primera vez.
—¡Ahora lo entiendo! Pero en 85... ¡Nada!
[English version]
martes, 13 de enero de 2009
Día de playa (el poema del 13 de enero)
Para M.
Un pasaje oscuro hacia la calle Industria en el que brilla la pelota que ha rebasado al niño que juega de portero; delante el crucigrama vacío, honorífico, del empedrado en la calleja transversal de la Sedeta; en el paseo San Juan el sol vertido sobre el asfalto como el cubo que una torpeza ha derramado; los sucesivos parques infantiles cuyos columpios tienen nombres puestos por la memoria; Córcega, costado montaña, tiene sus pasos: una destartalada tienda de trenes en miniatura, las fotos de insectos que anuncian un fotógrafo; paseo de Gracia, aguas que van a dar a la mar: Laie.
domingo, 11 de enero de 2009
Trafaria (Fondo de estanque / 5)
Viejo juglar, el río canta
indiferente a quienes gritan
bailan, exaltan lo que da el presente.
Camina el río cabizbajo,
ensimismado. Ajeno anda el río
al tiempo que en la orilla fluye
el júbilo. Los jóvenes de torso
descubierto que lanzan piedras
a su paso, las niñas pizpiretas
que ya se sueñan alcanzadas.
Y detrás de las zarzas y detrás
de las cañas, de la maleza,
de las barbas del viejo caminante,
los que se abrazan dándose la vida.
Indiferente canta el río,
sonámbulo, aturdido. Ajeno entona
sus monodias. Así, subir al barco
otorga extranjería al viajero,
desgaja, arranca. Envejece.
indiferente a quienes gritan
bailan, exaltan lo que da el presente.
Camina el río cabizbajo,
ensimismado. Ajeno anda el río
al tiempo que en la orilla fluye
el júbilo. Los jóvenes de torso
descubierto que lanzan piedras
a su paso, las niñas pizpiretas
que ya se sueñan alcanzadas.
Y detrás de las zarzas y detrás
de las cañas, de la maleza,
de las barbas del viejo caminante,
los que se abrazan dándose la vida.
Indiferente canta el río,
sonámbulo, aturdido. Ajeno entona
sus monodias. Así, subir al barco
otorga extranjería al viajero,
desgaja, arranca. Envejece.
sábado, 10 de enero de 2009
Nieva
A Fernando Senante, que no ha visto nevar
Llegué a Madrid, barrio de Campamento, para hacer la mili tal que una tarde gélida de noviembre. Me acosté en la litera (de arriba) y a la mañana siguiente, cuando me desperté, vi los cristales empañados, pero los tejados que había al otro lado del patio ya no tenían la oscuridad cuartelaria. Lucían blancos. No sé si fue el mejor día de mi vida para ver nevar. Tampoco recuerdo si lo agradecí y me ayudó a sobrellevar el tiempo que entonces empezaba a contar: tantos meses por delante. Sólo recuerdo que me desperté y nevaba. Como en las malas películas.
jueves, 8 de enero de 2009
«Construyendo Babel», de Hilario J. Rodríguez, en Tropismos
Hilario Rodríguez ha vivido en ciudades de medio mundo con un único domicilio: su biblioteca. Ha sido camarero en Londres, estudiante en Cáceres, profesor de escuela pública en Chicago con un único oficio verdadero: lector. Ha sido hijo y nieto y es padre. Ha sido atleta en la pista y en las calles, corriendo sin cesar tras sí mismo; y cuantas experiencias ha conocido se entreveran con los libros que leía, de modo que vida y libros forman una única sustancia que el autor destila en Construyendo Babel. Con apariencia de ensayo se enmascaran unas memorias que ocultan la novela.
lunes, 5 de enero de 2009
Pequeño cuento de la noche de Reyes
Había cerrado el embarque del 0501 en el ordenador. Maite y Jerónimo, con quienes había recogido las tarjetas, salieron pitando para cubrir otro vuelo. Me quedé sola porque mi jornada aquella noche había acabado: ¡hacía media hora! Al día siguiente libraba, ¿sabéis lo que significa eso? Faltaba un pasajero, pero no había facturado. Sin problemas. Repentinamente apareció delante con su tarjeta en la mano: gordo, barbudo, sudoroso. Era él: Gaspar García. Lo miré: acarreaba bolsas y paquetes por todas partes. «Señor Gaspar lo siento, el vuelo se ha cerrado». «Por favor, monada». Entonces sonreí: «Lo siento» (y no era cierto).
domingo, 4 de enero de 2009
La pianola de Gaddis
«40.000 pianolas construidas en 1909, casi 200.000 diez años después» para «disfrutar el arte sin artista» —escribe William Gaddis en Ágape se paga, espléndido monólogo interior, flujo de una conciencia lúcida ante las postrimerías—. En la pianola está el inicio de «toda esta demencia con los ordenadores»... La metáfora de la pianola de Gaddis apunta al corazón de los blogs: ¿la escritura sin escritor?; ¿la escritura sin los conocimientos, la experiencia, la soledad que convierten en escritor a quien escribe? ¿La escritura como entretenimiento; como quien toca el piano con los pies mientras la partitura agujereada interpreta a Schubert?
jueves, 1 de enero de 2009
Pequeño cuento de Año Nuevo
La brigadilla llega a la plaza con las primeras gotas de leche sobre el café de la noche. Les aguarda un horizonte de vasos de plástico, botellas rotas, colillas, guirnaldas de papel y papelillos de colores náufragos en los charcos de bebidas oscuras. Entre los desperdicios, duermen quienes se quedaron atascados en el sumidero de la fiesta y no pudieron correr hacia un destino más abrigado. Los barrenderos les zarandean con el palo de los escobones y, a diferencia de otras inmundicias, se yerguen aturdidos, con frío, y enseguida toman el camino incógnito por donde desapareció el año horas antes.
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