martes, 14 de julio de 2009

Escaparate y maniquí al atardecer

Bajo un cartel de Rebajas late el corazón desaliñado del apetito. Cuando la ola se retira, con su inercia mínimas caracolas, cristalillos y pedacitos de concha brillan mientras bailan rumorosos sobre la arena. Cualquier frasco inútil sirve para guardar una pequeña colección de destellos. Atrapados, recobrarán su ningún valor, salvo para quien los ha ido recogiendo. Y cuando olvide el bote sobre el mostrador donde lo ha dejado para guardar en el monedero el cambio, otra ola barrerá la arena con su espuma y su fragor. Bajo un cartel de Rebajas late un corazón de plastilina que nadie ha modelado.

viernes, 10 de julio de 2009

Una vida en tres libros (díptico)


En el Verdi reponen Mishima, una vida en cuatro capítulos (1985). Sus productores, que ocupan un cuerpo tipográfico en el cartel mayor que el director, son Coppola y Lucas, sinónimos del cine de entretenimiento. La película, sin embargo, estremece: la música de Philip Glass, una interpretación soberbia, un espléndido guión. Hay algo que emociona más: las secuencias entretejen el argumento de tres títulos de Mishima. Tres cuartas partes escenifican obras literarias; una cuarta parte evoca la alucinada biografía. Esta proporción: ¿sería posible hoy? Apuesto a que rodada ahora, una película sobre Mishima mostraría más mundos sórdidos, más subrayados, ninguna literatura.
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Desde la época del estreno de Mishima la literatura ha sufrido en la sociedad —en el valor que la sociedad otorga a sus mitos— un constante y acelerado desprestigio. ¿Por qué? Se me ocurren al menos tres razones emparentadas entre sí: el auge de las ciencias sociales empeñado en conquistar el lugar que siempre habían ocupado filosofía y literatura en la conciencia de la realidad (y la actitud cainita de tantos científicos sociales); la pérdida de su valor como símbolo de cohesión e identidad de un pueblo (acaso porque ya no queden pueblos); y su desaparición de los currículos escolares.

martes, 7 de julio de 2009

Pinzas de colores

¿Por qué compraba pinzas de colores si luego, cuando tendía, las sacaba de la cesta alargando el brazo hacia atrás, sin mirar siquiera un instante la que sus dedos seleccionaban? A Gerôme le parecía la misma prosa de los anuncios, de los periódicos, de las novelas. Las palabras igualmente lanzadas al recipiente de la hoja sin ton ni son. El mismo caos que el tráfico en las avenidas de París. No tendía Gerôme por ayudar a su madre, sino para ofrecer poesía desde el patio de vecindad; soñaba que la armonía cromática entre pinzas y ropas encandilaba algún corazón desconocido.

sábado, 4 de julio de 2009

«Vagas noticias de Klamm», de José Sanchis Sinisterra, en la sala Beckett

Citas de Beckett, citas de Pinter, citas de Brecht, citas de Melville... autocitas. ¿Son memoria o listas de enlaces en una ideación hipertextual? Citas siempre vacías: la máquina de los ruidos, la de escribir, Klamm: son retórica de lo que fue teatro. La obra parece remontar, con la misma devoción, el curso de las décadas. Hasta los setenta: sociedad, parodia, épica y hasta una interpretación de alumnos de taller de teatro del instituto. ¿Y Klamm? Citas: única noticia. Tanto conocimiento para arropar errores de principiante: un final tan desangelado. La idea, sin embargo, me enternece: erudición teatral e ingenuidad dramática.

jueves, 2 de julio de 2009

A vueltas con la vida recién estrenada: incomprensiones de quien no ha merecido comprensión. (Tríptico)

Encuentro en El silencio de la tragedia, de Hertmans, la explicación de cuanto quise escribir en la novela: mostrar la imposibilidad del presente para concebir con sentido trágico sus tragedias. El pensamiento inflamado, enfático, en clave de burda comedia del personaje que encarnaba esta imposibilidad iba escrito en un lenguaje inflamado, enfático, tópico. ¿De otra manera debería haberlo hecho para contentar a mis reseñistas futuros? ¿O no se han dado cuenta ellos de que el libro está escrito en dos tonalidades? ¿Ha de escribir uno con previsión de las ideas preconcebidas y los prejuicios estéticos en los reseñistas al uso?

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Dice Hertmans que «ya no hay exterioridad, ningún lugar fuera de nosotros para penar por las tragedias de nuestro tiempo». Es posible, aunque la novela parte de la existencia en el presente de un lugar fuera de la subjetividad para penar los sinsentidos; es decir, un lugar del que se ha desterrado la ironía autocomplaciente y la risa cegadora. El Holocausto tiene para nosotros la perdida dimensión cósmica de las tragedias antiguas, pues muestra el último gran duelo entre los hombres y los dioses: la pretensión humana de incluir el exterminio entre los parámetros cartesianos de la racionalidad (nuestro dios).

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Estos personajes de la novela que no son nadie (así señala el reseñista, enfadándose conmigo) por fuerza han de ser nadie: carentes de la conciencia crítica que hoy exige la tipificación del fenómeno: el héroe que se enfrenta a los nazis. Han de ser nadie para encarnar el pavor y la parálisis que preludian el sometimiento ante la nueva ley racional (divina): el exterminio como superación de la especie. Sólo quien se arrogue la muerte del profesor se alzará sobre el dios vencido de la conmiseración. Sólo quienes comprendan al arrogante serán premiados con el sentido de la nueva racionalidad.