lunes, 24 de enero de 2011
Emaús (y 7)
Y en el bolsillo arena, piedras
menudas, sin valor, estiércol
seco, matas de hierba, plásticos
viejos y la memoria estéril
de los suyos. Y en el bolsillo
muy arrugado un papel, luces
escritas con grafía extraña,
unas cuentas quizá, una carta
que nadie sabe ya leer
o un simple instante de silencio.
Y en el bolsillo poco más
—arena, piedras, matas, plásticos—,
un papel, un silencio apenas.
Ninguna hora en el bolsillo,
en tantas que llamó, tenaz,
para que no viniera nunca,
en otras que olvidó sus sombras.
Ninguna noche, ni la víspera
de la noche, del ángel ido.
jueves, 20 de enero de 2011
Primavera templada
Como el perro que ante el grito del amo hunde su cabeza en el suelo y alza la mirada desconcertado, enmudece ante la joven que le pregunta si aquella es la ruta a Emaús y si el asiento contiguo está libre. Ismael había creído siempre que el amor ha sido escrito de antemano en cada corazón y son los ojos quienes lo leen. De repente, los suyos entendían palabras hasta ahora incomprensibles. Como es la primera vez que ve a aquel tipo, Amina no sabe cómo interpretar vacilaciones y gestos, y prefiere seguir pasillo adelante en busca de otro asiento.
domingo, 16 de enero de 2011
חמת Hammat
De casa sale orgulloso de sus pantalones gris franela y de su camisa negro azulado. Camina despacio para que el polvo de las calles y el barro del sendero hasta la feria dejen la ropa indemne. Con precaución, pica en algunos platos, inclinando siempre el cuerpo hacia delante para evitar el goteo. Después de recorridos los puestos, sigue en sentido inverso entre grupos que ríen, otros cantan. La celebración brilla en los rostros, el suyo ensombrece. Abandona la fiesta por el atajo a Hammat. Si en este momento llegara la muerte, así. Preferiría la vida. Y se da la vuelta.
jueves, 13 de enero de 2011
Ἐμμαούς
Para M., el poema del 13 de enero
.
Cerca de Emaús se cruzó la caravana de una joven viuda que abandonaba la ciudad con el carro de un funcionario que regresaba a Jerusalén tras años en la remota provincia. Como sendos palafreneros se conocían, se detuvieron a saludarse. Dama y caballero sintieron una incómoda inquietud al cruzar sus miradas. Nada sabían uno del otro, y sin embargo sintieron que sus soledades quedaban al desnudo. Mientras los empleados seguían preguntándose por todos sus parientes, el varón inclinó la cabeza y la señora sonrió, gentil. No hubo más, nada que explicara el desasosiego que el encuentro despertaría siempre en ambos.
sábado, 8 de enero de 2011
عِمواس Imwas
Unas lonas mal atadas y una alfombra sucia. La arena del último vendaval amontonada aún en los rincones. El metal de la tetera ennegrecido, abollado, sobre un mustio fuego. La musiquilla de una radio en complicidad con el ralentí de un tráiler de la ruta de Imwas detenido en un descampado próximo. La luz inválida que un grupo electrógeno nutre. Dos camioneros somnolientos sobre los almohadones deshilados dibujan, con su charla, gestos de inocencia en la sonrisa de la mujer a la que luego harán el amor. El dorado intenso del atardecer, siempre en busca de compañía, embellece sus rostros.
martes, 4 de enero de 2011
Emmaus
.
Se detiene en el arcén de la carretera a Emaús. Los camiones lo zarandean al pasar. Su estruendo ensordece durante ese instante la voz saltarina del locutor en la radio. El motor crepita bajo sus pies. Apenas fugaces manchas de color, los coches atraviesan frente al cristal parabrisas en una y otra dirección. Es todo lo que siente. Las manos reposan, una en el volante y otra en el cambio de marchas, como si hubiera decidido ya arrancar. Pero sigue detenido en el arcén de la carretera a Emaús, con los intermitentes de emergencia encendidos, sin saber cómo continuar, resucitar.
sábado, 1 de enero de 2011
Amauante
.
—¿Es este el camino a Emaús?
—Si no llevara una venda lo vería por sí mismo.
—Mi caballo ve las vueltas del camino y las piedras que lo entorpecen, ¿sigo la buena dirección?
—¿Ha sufrido algún daño? ¿Le molesta el aire, el polvo, el sol?
—Por aquí, ¿llegaré a Emaús? Solo esto quiero saber.
—¿Alguien se los ha vendado, cierto? Puedo ayudarle a desatar el lazo. Tengo un cuchillo.
—Un cuchillo no. Mi caballo ve. Se asustaría. Mi caballo son mis ojos.
—Se equivoca.
—¿No es este el camino a Emaús?
—Con sus ojos lo vería.
—¿Emaús?
—Vendados, ¿por qué?
—¿Es este el camino a Emaús?
—Si no llevara una venda lo vería por sí mismo.
—Mi caballo ve las vueltas del camino y las piedras que lo entorpecen, ¿sigo la buena dirección?
—¿Ha sufrido algún daño? ¿Le molesta el aire, el polvo, el sol?
—Por aquí, ¿llegaré a Emaús? Solo esto quiero saber.
—¿Alguien se los ha vendado, cierto? Puedo ayudarle a desatar el lazo. Tengo un cuchillo.
—Un cuchillo no. Mi caballo ve. Se asustaría. Mi caballo son mis ojos.
—Se equivoca.
—¿No es este el camino a Emaús?
—Con sus ojos lo vería.
—¿Emaús?
—Vendados, ¿por qué?
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