Mi sueño favorito se parece a mí. Quiero decir, lo conozco tanto como me conozco a mí, que nunca me he visto e ignoro cómo es mi expresión, qué aspecto tiene mi piel, cómo me sienta el flequillo medio tieso que tantas veces al día me recoloco. Tiene un nombre, como yo, el sueño que prefiero. Y lo sé todo de él de tantas veces que lo he soñado, aunque esté formado por dos palabras vacías, como mi rostro para mí. Ni sé lo que es «pabellón» ni sé cómo destellan sus «dorados». Sin embargo nombrarlo me emociona. Mi sueño.
sábado, 28 de noviembre de 2015
jueves, 26 de noviembre de 2015
El pabellón dorado [29]
Me gusta soñar. También cuando duermo. Los sueños desordenan. Desobedecen las normas de causa y efecto que tan aburridas resultan. En un sueño uno no tropieza y se cae. A veces se cae sin haber tropezado. El espacio se olvida de mostrar su vestido de esquinas y obstáculos. Se desnuda para el durmiente. Cobra una realidad volátil. Está sin estar. No aprisiona. Ni asusta. Tampoco el tiempo, que sencillamente no aparece. No hay salas de espera en los sueños. Por eso los disfruto tanto. Las voces surgen y se borran, los sonidos se insubordinan. Nada hace caso a la materia.
martes, 24 de noviembre de 2015
El pabellón dorado [28]
He vuelto a soñar contigo, madre.
¿Y cómo sabías que era yo?
Porque te he visto.
¿En el sueño?
Claro, ¿dónde iba a ser?
¿Y estaba guapa en tu sueño?
Siempre serás la más guapa.
¿Había ido a la peluquería antes
de aparecer por tu sueño?
Eso seguro, no te he visto nunca
despeinada.
Ni cuando me levanto.
Ni cuando te levantas.
¿Y estaba elegante en tu sueño?
Espectacular. Sobre una alfombra
roja.
¿Has soñado también la alfombra
roja?
Eso no lo recuerdo.
Creo que me estás engañando.
En absoluto. Eras tú. Tenías la
voz más dulce de cuantas conozco.
sábado, 21 de noviembre de 2015
Becqueriana / 80
El cuerpo es el libro donde se lee el alma. El alma es la escritura de los días sobre la piel. La piel es el cajón de las metáforas de los sentimientos. Los sentimientos son las noches con estrellas bajo los párpados. Los párpados son la cubierta que se cierra en las manos cuando se acerca el sueño. El sueño es el dibujo de un paisaje antes de ver el paisaje. El paisaje es el símbolo de los pensamientos. Los pensamientos son estremecimientos que el sol del mediodía ha evaporado de las aguas del río. El río es el cuerpo.
jueves, 19 de noviembre de 2015
Becqueriana / 79
Se entretienen mis dedos en los ojales de tu vestido. Con los botones juegan. En el estampado recogen flores para un ramo. Restablecen dobleces en el cuello y lisura en la caída de la falda. No dejan ninguna hechura por repasar. El dobladillo vigilan. La tela planchan con espíritu nómada. Nada queda secreto en tu vestido a la curiosidad de mis dedos. Lo transitan por encima y lo examinan por debajo. Lo estiran, deshacen arrugas, lo alinean con los hombros, arreglan las mangas y solo se sienten satisfechos cuando queda ajustado a la perfección a tu cuerpo. Entonces, te desvisten.
martes, 17 de noviembre de 2015
Dietario de sensaciones, 2
Hay un pájaro que picotea entre las macetas del balcón. Nos ha dejado de repente en silencio. Inmóviles. Por ver cómo da saltos de un lugar a otro, confiado, sin darse cuenta de que hay alguien cerca observándolo. Sus plumas oscuras reflejan el sol de la mañana y sus ojos parecen orbitar alrededor de la cabeza. La situación casi hace reír. En cuanto la descubra, echará a volar. Es solo un instante el que regala su paso en busca de insectos. En cuanto algo se mueve, ya no está; pero el encanto permanecerá picoteando entre las macetas cuando las miremos.
domingo, 15 de noviembre de 2015
Dietario de sensaciones, 1
Leo. Lo que anda alrededor desaparece por completo. Lo que me muestra la luz amaneciendo lo borra la blancura de la página y sus hileras de hormigas. Lo que me cuenta la flor que anoche puse en un jarrón lo olvidan los ojos pendientes de cuanto ocurre en otro lugar, en otro tiempo, con otros nombres. Lo que me dice el gato lamiéndose la pata en el alféizar no lo oyen los oídos, que escuchan solo el sonido de las palabras. Pero cuando cierro el libro y miro alrededor, de repente entiendo mejor la luz, la flor y el gato.
viernes, 13 de noviembre de 2015
Encuentros en la tercera frase
—No habíamos coincidido
antes aquí, ¿verdad?
—¡Ah! ¿Me lo dices a mí?
—Sí, a ti.
—¡Vaya! No te había
visto.
—Claro, vas siempre tan
alterada.
—¡Puaj! La vida que
llevo.
—Tan encorsetada.
—¡Bah! Y todo para nada.
Nadie me hace caso.
—No digas eso. Yo me preocupo
por ti.
—¡Rayos! ¿Y tú quién
eres?
—Me llamo Artículo
Indefinido, aunque la gente me llama Un.
—¡Hola, Un! Es verdad que
no solemos coincidir mucho.
—Bueno, como soy
algo impreciso a veces ni se me ve.
—¡Quiá! No digas eso, te
veo perfectamente detrás de esta exclamación.
—¿Por qué no la quitamos?
miércoles, 11 de noviembre de 2015
«En la tierra de Nod», de Pedro Juan Gomila
Desterrado En la tierra de Nod,
Caín se convierte en fugitivo de sí mismo. Yo y al mismo tiempo Otro, desdoblándose
solo para ser él y para conocer la devastación. Pedro Juan Gomila (1967)
escribe esta crónica de amor despiadado y crimen sobre su propia memoria,
también desdoblada entre el licor de Eros y la sed de la culpa: «¡le tientan
tantos labios que muerden al besar!» Ayudada por mitos bíblicos, clásicos y actuales, su escritura hereda el vigor y
espanto de las historias antiguas. Y su poesía se adentra en el territorio,
siempre indisociable, del bien y del mal.
lunes, 9 de noviembre de 2015
«Hielo seco», de Isabel Bono
Ante esta colección de «aforismos» no sé si decir que la escritura de Isabel Bono (1964) ha sido siempre aforística o que estos aforismos son poemas disfrazados. En todo caso el género sirve para comprenderlos: al carácter de sentencia o regla, a la que aspira el modelo, Isabel Bono le da la vuelta y lo escribe del revés —como si el adagio se mirase a un espejo— convirtiéndolo en una leve paradoja de lo desigual y efímero. Un proverbio que se palpa nervioso los bolsillos porque ha perdido su máxima. «Si me quedo sin este dolor, ¿me quedo sin nada?».
sábado, 7 de noviembre de 2015
«Serie», de Vicente Luis Mora
Deja Vicente Luis Mora (1970) en blanco la página donde transcribe su poema de la «rosa», tras una lúcida reflexión sobre la imposibilidad de continuar con una tradición discursiva que ya no coincide, en la comprensión de lo real, con la idea y el conocimiento que hoy se tiene de la realidad. Este tal vez sea el primer esfuerzo de la poética de Serie, la creación de un lenguaje poético que revele lo que la comprensión está viendo. Y el siguiente paso es cuestionarse en qué ha cambiado la sensibilidad ante las pulsiones de un mundo a ritmo de píxel.
jueves, 5 de noviembre de 2015
«Los días extraños», de Manuel Rico
Hay poemas de Manuel Rico (1952) que el lector ve crecer en la mirada de quien al observar desentraña cuanto le rodea como «lecciones del tiempo». Otros, sin embargo, prenden en desvaídos legajos del recuerdo que, embebidos ahora en palabras, consiguen recobrar la luz original y el significado que tuvieron sus matices. Estos poemas y aquellos forman la gramática de la memoria, un idioma con el que comprender los sentidos que la vida acumula entre los años y una lengua, también, para atrapar los lugares y objetos donde perviven «esos días / en que fuimos felices sin saberlo del todo».
martes, 3 de noviembre de 2015
«Niños enamorados», de Mariano Peyrou
La poética de Mariano Peyrou (1971) no admite duda: «la comprensión / estorba y es patética como un dibujo / figurativo». Esta «irrealidad» no es, sin embargo, una cuestión retórica, sino una auténtica percepción de la realidad como encrucijada de todos los tiempos, como confusión de los contrarios y como indefinición esencial de cualquier definición. Con estas premisas Peyrou revisa ideas líricas —deseo, seducción o paternidad— con resultado sorprendente. Agrimensor de vacíos, traza un pensamiento que se arremolina en el lector y le conduce por donde nunca ha ido antes y tiene la sensación de que tampoco está yendo ahora, mientras va.
domingo, 1 de noviembre de 2015
ਡਿੱਗ
Resuella al avanzar. Recorre el bosque por las sendas donde los jabalíes han removido las raíces y la maleza ha borrado la tierra apretada por la memoria de los caminantes. La acémila le sigue con dificultad. Los cascos rebotan con un ritmo pausado. Como el de su andar. El hombre de los tintes de vez en cuando se detiene en un claro. Suelta el barreño, que al caer dibuja un círculo en la hojarasca. Desata los sacos, los que contienen sus colores preferidos. Ocres, granates, dorados. La mula busca brotes verdes entre la hierba seca. La tarde se siente herida.
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