Qué difícil orientarse en el bosque de paradojas que rodea lo literario. Escribo unas palabras en un papel y sé que no hay nadie detrás, y sin embargo, la densidad de una tradición las abriga y les da sentido. Escribo en la pantalla otras palabras que al instante fluyen en la red y sé que inmediatamente alguien las lee, y sin embargo, con qué desamparo se quedan ahí, tiritando. Sale el libro de imprenta y apenas alcanza a un centenar de personas, y sin embargo el libro es una obra. Existe una bitácora, y es como si no existiera nada.
miércoles, 27 de mayo de 2015
domingo, 24 de mayo de 2015
«Eso», de Inger Christensen (tríptico)
1
Det er verden. Eso es el mundo. Sin
verden. Su mundo. Jeg. Yo. Det er mig. Eso soy yo. Jeg skriver. Yo escribo. Biller. Escarabajos. Et ord. Una palabra. En have. Un jardín. En have for enden af en have. Un jardín al final de un jardín. Fuglene. Los pájaros. Kulissen. El decorado. Det er hvidt. Es blanco. Mens hvidt forsvinder. Mientras lo
blanco desaparece. Alt det der ikke
foregår. Todo lo que no tiene lugar. Det
er tavs. Está en silencio. Hundene
gør. Los perros ladran. Så.
Entonces. Liv er død. La vida es
muerte. Sin død. Su muerte.
2
Está la vida que ocurre y la que
no tiene lugar. A veces elijo esta. Ocurre, tal vez, igual que la que ocurre,
pero no tiene lugar. Carecer de lugar libera a la vida de sujeciones. Ocurre
sí, pero en ningún lugar. En un lugar que carece de las condiciones que cumple
el lugar para que en él ocurra la vida. Que está libre de estas condiciones. No
sujeto a ninguna condición, dado que es un ningún lugar. Es esta libertad la
que me hace preferir la vida que no tiene lugar a la que ocurre. Ambas
igualmente frágiles. Efímeras.
Es la propia finitud la que
incita a contarlo. La vida, en el barroco, desde una conciencia mortal. El
ideal, en el romanticismo, desde el acabamiento de lo sagrado. La nada, a
principios del siglo pasado, desde un agónico fulgor. Y ya sin finitud, ya sin
que nada haya acabado ni vaya a acabar, ya sin que la vida sea algo distinto a
lo que no ocurre, sin que el pensamiento sea algo diferente al silencio, ya sin
que la injusticia sea un paso hacia la justicia. Ya sin que haya pasos.
Entonces es cuando empieza a contarlo Inger Christensen.
miércoles, 20 de mayo de 2015
«Elegías doppler», de Ben Lerner (tríptico)
Veo a veces en los Encantes, tirados por el suelo, cuadernos escolares donde alguien ha pegado recortes con algún propósito. Bien por gusto, bien por asombro. Página a página, abultadas por la mala posteridad del pegamento, emulan un modelo: el libro ilustrado, el periódico, acaso el álbum. A quien los ojea, de pie, sin ánimo siquiera para preguntar por el precio (¿qué haría con eso en casa?), le producen una difusa melancolía. Adivina detrás un ánimo sostenido, ingenuo, de reconstrucción de un encanto que le llegaba hecho añicos. O astillado. Un deseo ciego de sentirse «brevemente emancipado de la fragmentación».
Como cuando el metro abandona el túnel y sale al exterior, dice Ben Lerner. Así salvar el desastre de que las imágenes y las ideas fluyan. Estén ahí solo para irse, en el periódico que cubre el suelo recién fregado. Son esos cuadernos escolares hinchados igual que se hincha un cadáver el mismo desastre que acucia al lenguaje. «El desastre / de no terminar las oraciones». Frases pegadas en la trompa de Eustaquio que se quedan ahí, grafitis en las paredes del barrio donde el alcalde no saca votos. Versos que alguien engoma en el espacio indeciso y casual del poema.
Frases que modifican su onda elegíaca cuando se acercan y cuando se alejan, porque acercarse y alejarse es «el desastre del lenguaje», el único con el que se entiende y no se entiende al mismo tiempo. Con el que se ve con total claridad lo que no se está viendo: «Poemas / sobre estrellas / y / sobre cómo las borran las farolas / de la calle». Un jarrón que al desenvolverlo llega agrietado y sin vale de retorno. Y al forzarlo para disimular las fisuras, acaba resquebrajado. En este punto escribe Ben Lerner sus poemas. Sus recortes de oraciones unidas por cola sintáctica.
sábado, 16 de mayo de 2015
Cuaderno de tapas rojinegras \ 39
La vida es el arroyo que corretea entre las piedras junto al que uno se sienta, bajo la umbría de las encinas, para observar cómo las ranas saltan al cauce cuando oyen voces y perciben alguna sombra. La vida es la brisa de la tarde que peina los campos de trigo y esparce un aroma cereal que perfuma las palabras que aparecen en la luz llegadas no se sabe de dónde. La vida son las nubes que se forman y deshacen dando a su aparente quietud una velocidad que maravilla a aquellos cuerpos dinámicos ahora tan quietos sobre la hierba.
martes, 12 de mayo de 2015
Cuaderno de tapas rojinegras \ 38
Las ventanas son páginas de un cuaderno que guarda palabras del presente. En las ventanas quedan escritas las dimensiones de una mirada, el arco que traza el tiempo al recorrer el cielo, la intensidad cromática de una aguja en la copa del pino. Da gusto asomarse a las ventanas para pensar. Lo que en sus cristales se dibuja forma la colección de metáforas elegidas. Cada ventana se alza en la pared como un poema enmarcado. A este lado de la ventana siempre hay lo mismo que al otro lado. Quien contempla se convierte en lo contemplado. Cada uno, un paisaje.
jueves, 7 de mayo de 2015
Becqueriana / 69
Salimos de la ducha. El cuerpo húmedo. El corazón que tiembla. Con la toalla escurro tu cabello. Tú enjugas mi espalda, mis piernas, mis rodillas. Yo seco tu pecho, tus caderas, tus pies. Busco tus braguitas en el montón de ropa limpia y te las calzo. Consigues mis calzoncillos y me los pones. Acierto con el cierre de tu sujetador, deslizas la camiseta por mi torso. Abotono tu blusa y tú mi camisa. Subes la cremallera que cierra mis pantalones y yo la que abrocha tu falda. Y así, recién vestidos, nos abrazamos, nos besamos, nos buscamos uno al otro.
domingo, 3 de mayo de 2015
Becqueriana / 68
Quien ahora te está escribiendo abrió el volumen de las Rimas de Bécquer que acababa de comprar en Los Encantes. Impreso en 1926. Tapas de cartoné verde, lomo descolorido por la luz, papel ahuesado. Una cenefa al frente de cada poema. A su inicio, una capital. Leyó algunas páginas, antes en la memoria que en la tipografía. Se durmió con el libro en las manos y por la mañana encontró en su lugar cien palabras. Un relato de amor. Tal vez, sobre el amor. Astillas de un poema, quizá. Las reunió con delicadeza y se las entregó a este cuaderno.
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