Al día siguiente de la final del mundial supe quién la había perdido. Tras apostar por dos ganadores, acertó en la derrota. Ni una sola camiseta vendida. Ni sacándolas a la calle. Ni siquiera rebajándolas a la mitad. Nadie que compre los colores de un perdedor. Cómo pude hacerlo tan rematadamente mal, imagino que se pregunta el comerciante de Drottninggatan. Por cierto, ahora que nadie se acuerda, sigo asombrándome de la capacidad dramática del fútbol. El mismo contrataque lateral, el mismo disparo cruzado. El ídolo lo lanza fuera; el suplente, dentro. El fútbol, igual que el destino, no conoce aprioris.
martes, 29 de julio de 2014
viernes, 25 de julio de 2014
Cuaderno de tapas rojinegras \ 24
Las palabras, en ocasiones, se visten para acudir a una fiesta. Se maquillan profusamente con adjetivos, se peinan elaborados moños con adverbios en –mente, se acicalan con prefijos, sufijos, interfijos y otras máscaras móviles. No se las ve, a las palabras que hay bajo los vestidos perifrásticos, a las que impostan sonidos guturales para que no se las entienda, a las que dan pasos de baile hiperbatónicos. Disfrazadas de otra cosa, la celebración acaba con la marcha fúnebre del sentido. Hojas secas que se arraciman sobre la rejilla del sumidero en el estanque. Las palabras que salieron, radiantes, de fiesta.
miércoles, 23 de julio de 2014
Cuaderno de tapas rojinegras \ 23
El futuro ha estado siempre escondido en la materia. Los chinos lo buscaron en los caparazones de tortuga. Los arúspices etruscos seccionaban el hígado de una oveja. Los griegos miraban el cielo en un espejo. Los hindúes dibujaban sus ideas en cartas y las barajaban. Los druidas celtas extendían las manos sobre una bola de cristal. En la Alemania del Barroco había catedráticos de quiromancia. En el presente una pantalla de píxeles es capaz de resolverlo todo. Algunas tardes también yo contemplo el vuelo de una alondra para conocer el porvenir. No sé de dónde viene ni a dónde va.
sábado, 19 de julio de 2014
Cuaderno de tapas rojinegras \ 22
Abro los ojos y la realidad me muestra su acuario, las dimensiones del cuaderno en el que se escribe lo vivido. Si la frase sin darse cuenta las rebasa, se pierde en el aire, en la nada, donde la tinta del tiempo no consigue escribir. Este cuaderno exige, al registrar lo ocurrido, una caligrafía que ocupe la página. Pero la caligrafía con frecuencia se ensimisma. Solo consigue hablar de la blancura del papel. El significado, sin embargo, no está en la letra que lo consigna. La escritura también genera ensoñaciones más allá del acuario del cuaderno. Otra realidad escrita. Vivida.
miércoles, 16 de julio de 2014
En la plaza
En la plaza juegan niños de pocos
años. Muchos. Todos con una misma camiseta azul. Un esplai. Un niño abandona el juego y se aparta a un rincón,
cabizbajo. Se le acerca, despacio, un monitor. La mano en el hombro, pero sin
decirle nada. El niño llora, con desconsuelo, luego hipando. El monitor le
pregunta solo ¿ya estás mejor? Asiente.
Se van los dos hacia donde los demás corren y gritan sin sosiego. Este niño de
tres o cuatro años no recordará el incidente, ni al monitor, ni la complicidad
del silencio. Pero quizá algo le deba cuando sea adulto.
domingo, 6 de julio de 2014
C'est l'été
En un cesto de mimbre se amontonan las mazorcas de maíz. La avena crece en lienzos dorados. El níspero luce su vestido de vistosos lunares. El agua corre por los canales de riego con alegría. Las vides verdean en las laderas. Las encinas filosofan. Pájaros que han llegado de otras latitudes se entretienen contándose la aventura. Asisten a los primeros compases de la sinfonía del verano. La vida alrededor alimenta la vida. La brisa de la tarde hincha la camisa y desabrocha la blusa. La música de los campos reverbera en la piel. Los paseantes escriben el acorde del ensimismado.
martes, 1 de julio de 2014
Becqueriana / 54
Las aves trazan rumbos. No van de ninguna parte a parte alguna. Se desentienden de dirección e itinerarios. Trazan curvas donde otros siguen líneas rectas. Su escritura no narra. Es solo una expresión del deseo. Vuelan. Las aves vuelan por el gozo de transitar el aire. Y pían. Su piar enreda el silencio con sonidos igual que sus vuelos garabatean el cielo. No hay relato. Se alzan. Recorren el espacio sin poseerlo. Sin pedir permisos. Y de vez en cuando se detienen sobre una rama y con el pico, indiferentes a quienes les estén contemplando, se acarician el cuello. Intensamente.
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