para que el cuello fuera la luciérnaga
y el abrazo las manos que la atrapan.
El cuello que Novalis ha soñado
despierto como fatuo resplandor
donde el agua se abraza a los nenúfares.
Abrazo que Novalis sentiría,
y en los labios la tenue piel de un dios,
al estrechar los hombros de la náyade.
La piel imaginada por Novalis,
azul, no blanca, entre las sombras déspotas.
Blanca en medio de la noche azul.
Una noche que la noche no tuvo.
Un cuello que aquel cuello. Un dios. La ráfaga.