Bajo el colchón es el primer lugar donde buscarlos. En un manto envueltos. Ideal para el verano, pero ¿cómo salgo en noviembre? En el arcón mayor ni pensarlo, se abre solo ¿Qué haré con estos papeles? Soñarlos. Eso ya lo sé. Tan dulce como arisca, Melibea. No tenía ningún nombre y ahora no me lo quito de la cabeza. Menudo patán Calixto. He de volver a leerlos esta noche, a la intimidad de la vela les crecerá la emoción. Antes he de encontrar un lugar donde esconderlos, aunque papeles revueltos sobre la mesa en cuarto de estudiante, ¿quién muestra interés?
sábado, 28 de marzo de 2020
martes, 24 de marzo de 2020
1485 | Luisa Manrique de Lara Castañeda habla de su padre
No se me dan bien. Mi madre guarda entre paños las dos que le encontraron en la loriga, no hace mucho me lo confesó. Era una niña entonces, y aún no he dejado de serlo. Mi padre le hizo coplas a la muerte del suyo, que tan breve tiempo le precedió, pero qué coplas podría escribirle yo si ni siquiera me acuerdo de cómo era. Y además, nunca me casan los acentos. De su muerte apenas guardo algunos sonidos. La aspereza de unos golpes en plena noche, relincho de un caballo, tamborileo de pasos arriba y abajo, un estremecedor alarido.
jueves, 19 de marzo de 2020
1432 | Íñigo López de Mendoza le escribe una carta a su amigo Ausiàs March
No ser señor de este tiempo ni de aquel. Oler el mar de Gandía en una gavilla de cebada. Escribir en castellano y cantar en provenzal. Montar a caballo una mañana que congela los alientos y añorar el azote de las llamas en el rostro que descansa sobre la caricia octogonal de una alfombra trenzada en Alcaraz. Pensar como un pastor en sus majadas y hablar como un caballero en sus dialectos. Ser del presente y no andar con las sombras. Haber ganado una batalla contra el silencio del bosque. Pero siempre, sin ser Pelayo, presto a abandonar la montería.
domingo, 15 de marzo de 2020
1340 | Juan Ruiz medita sobre las cuadernas vías escritas para que las cantaran los ciegos
No hay controversia menuda. Cuanto más altos los muros, mayor facilidad para saltarlos con el brinco de la imaginación; cuanto más anchos, mejores grietas. Todo lo que veo con los ojos quietos del sueño lo vierten real los pasos de baile de la tinta oscura sobre la arena blanca. No se conoce báculo que no se combe ni río que se abstenga de zigzaguear. Las memorias inventadas cobran vida en la voz de quien no puede verlas. Nada hay como reírse para tomar en serio la demencia del mundo. Las calles en cuesta de Hita, en el llano del cautiverio.
martes, 10 de marzo de 2020
1264 | Berceo, «ya cansado», se despide de los novicios
Desde que rezo bajo esta techumbre, en el interior infinito de estos muros de antiguas piedras, el río Cárdenas no ha dejado de irse, y lo hace para mantener presente, cada una de las noches, el murmullo que salta la tapia tras las Completas. Tampoco la tinta en la que unto el cálamo a diario ha dejado de encaminarse pausadamente hacia las palabras y en ellas encarnarse para que permanezcan fijas, señeras, en el pergamino. Igual que la nieve cae en invierno para revivir en Nuestra Señora de Marzo, así su blancura cubre a los mortales para salvarles del tiempo.
jueves, 5 de marzo de 2020
1201 | João Soares de Paiva (c.1140) compone una cantiga
Abandonados para siempre los caminos que impregnan de parda compañía el manto azul, con apenas el bonete plumado y una gonela ligera, el señor de Castelo cruza la alegre cantinela del río Paiva por sus pasarelas de piedra. El verano canta en el coro de cigarras hasta confundir el fragor enemigo que aún restriega sus asperezas por las paredes de la memoria. Cuando el agua oscurece el guadamecí del calzado y la agreste soledad del monte se transforma en sensaciones y melodía, en mitad del cauce Joham Soares le arranca a la cítola las más estremecedoras, extrañas, palabras de amor.
domingo, 1 de marzo de 2020
1101 | «Vna ninna de nuef annos a oio se paraua»
Paño como este ni en sueños. Aljuba de llamarse don, zaragüelles de acariciar. Y no, no lo he robado. Nadie daría una piedra del camino por lo que se me ocurrió. Sin mal de nadie. Todo regalado. Por mi madre, que fue la que me contó que de niña a don Rodrigo Díaz vio cruzar Burgos. No le asustó la nariz arrugada de su caballo ni el relincho. Le habló. Mi madre era un caso. Tantas veces me lo contó que me puse a recordarlo el otro día en la plaza y no encontraban qué darme que tuviera más valor.
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