jueves, 28 de septiembre de 2017

El dependiente


Por norma general un minuto antes de cerrar entra un cliente. Aquella tarde, dubitativo. Y para colmo con las prisas la persiana del colmado se atascó. Llamé al dueño: «Número desconectado o fuera de cobertura». ¿Quién se larga pensando que desvalijarán la tienda? Compré un kebab, me senté en el suelo a vigilar. Se acercó a husmearme un chucho. La correa. Detrás, la chica. Me sonrió al ver que le sonreía al perro. Me dijo: Cuéntame algo. No iba a contarle mi vida, así que eché mano de la imaginación. Se quedó conmigo y luego todas las noches desde entonces.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Coro de ausentes | ZAGUÁN


La partitura de los versos son
las sílabas, mínimos
granos de luz que emiten
destellos. Cuando se consigue
dominar la secuencia del vaivén
lumínico, el poema suena
como un arroyo al descender
apresurado en la ladera.

La partitura del arroyo es

la mirada de quien contempla.
En su fugacidad constante
descubre la quietud de un ritmo y ve,
en lo perdido, lo que permanece.
El día.

La partitura de los días son

las palabras, las mismas siempre
y siempre diferentes.
El gesto de la mano al escribirlas,
de los ojos cuando se cierran
para ver lo que están ahora viendo.

viernes, 22 de septiembre de 2017

Dietario de sensaciones, 35




Aquel tableteo había sido la música de la escritura. Una melodía áspera, tumultuosa, que acababa con un rumor ronco de rodillo al arrojar el silencio en el que quedaba lo mecanografiado entre las manos. Cada letra había producido una hendidura en la hoja; mientras la vista la repasaba por delante, las yemas de los dedos que la sujetaban la sentían por el reverso. Hoy, ya olvidada para el quehacer, se ha convertido sobre un estante en objeto decorativo, el destino de cualquier máquina que la época haya abandonado. Con pantallas se escribe ahora mucho más rápido, pero deja menos tiempo.

viernes, 15 de septiembre de 2017

Coro de ausentes | TURBA


Animal irritado,
el invierno desvela.
Las ráfagas de agua
contra los vidrios. Viento que enloquece
la copa de los árboles en las calles.
La cama se transforma en balsa
que las olas someten
a su capricho. El sueño, un invitado
cuya ausencia abandona
el mantel extendido,
en orden los cubiertos,
los platos limpios, gélido
y lleno el cuenco de la sopa.

Un animal herido que despliega

su nihilismo por las noches.
Revuelve sábanas y pensamientos,
altera percepciones. Desorienta.
Destierra los silencios.

En la memoria busco un mástil

de velero abismándose
que me sujete como a náufrago
de cómic infantil.

lunes, 11 de septiembre de 2017

1903

Antonín Dvořák se siente enfermo 

Ya mayor y fatigado, el músico cruza al anochecer el Puente Carlos en dirección a la Ciudad Vieja. Con frecuencia llueve. Pero el chasquido del agua contra los adoquines, el chapoteo de sus pasos y la música que en su cabeza tararea, un movimiento de cierta sinfonía que recuerda con agrado, quedan ocultos bajo el fragor de la corriente del Moldava al impactar contra los pilares. Camina hasta una iglesuela donde le aguardan un órgano y la soledad. El párroco le ha dejado la llave. Ahí se recoge a veces por encontrar quien fue y regresar a su interior.

jueves, 7 de septiembre de 2017

Coro de ausentes | XILÓFONO


Del paciente observar
cómo las aves se detienen
en el alféizar, un instante,
igual que ellas viven detenidas,
y luego echan a volar con gesto
simple, sin aspavientos,
sin contorsiones, se despliegan
las alas, vuelan, las campanas
aprenden a sonar.
                            Un vuelo
que no las mueve del lugar
donde están aunque se desprendan
de lo que vuela, los sonidos.

No vuelan las campanas

para que vuele su hablar. La voz.
Mejor, su exacto decir.
En el soñarse aves, con paciencia,
afinan las campanas
la música que acoge al tiempo,
ese volar. El ya no estoy.
Las aves que han partido.

sábado, 2 de septiembre de 2017

Coro de ausentes | WOLFRAMIO


La lámpara ilumina
las páginas del libro, el resto queda
en penumbra.
Las palabras, actrices en escena,
interpretan y cantan para dos
ojos. Su público de sombras
lo forman el armario, un cuadro, apliques,
las mesillas de noche, las cortinas
y la alfombra. Platea idéntica
a cualquier patio de butacas
de un teatro cualquiera donde
una sola persona vea lo que acontece.
Es el pequeño
milagro de la poesía.
No existen los plurales.

Lo que alguien escribió, quizá
a la luz de una vela en otro siglo,
quedó escrito solo para un lector.
Cuando lo lee, cobra luz. Y arrojo.