Hay un prado llamado silencio en
el que crecen las amapolas de la respiración alterada y cuando suspiran al
atardecer los juncos presagian el cauce que fluye entre dos cuerpos. Hay una
brisa que no cuela la ventana ni una puerta, sino el movimiento que mece la
melena y despeina los cuidados. Hay un sauce de manos que se vierten sobre piel
del aire y una enredadera de piernas que se entrelazan al tronco. Hay una
sombra, que el sol ansía desbaratar sin lograrlo nunca, donde solo los dos se
contemplan a sí mismos. Hay dos ríos y un mar.