No sabes hacerlo, me dices. Miro el estanque y te miro. Una vez escribí un soneto con rima, respondo. Fantástico, ¿y ahora? Insistes en el reto. Sé que no abandonaremos el banco del parque donde nos hemos sentado hasta que lo intente. Menos mal que la sombra de un tilo nos acoge mientras pienso. Con un palo, quizá, puedo dibujarlos en la arena y saltar de uno a otro. Nunca lograrás darles idéntico color, dices tras adivinar mis pensamientos, y añades: No sabes caminar sobre nenúfares. Yo sí. ¿Quieres verlo? Cierra los ojos. Y unos labios caminan sobre los míos.