Antonín Dvořák se siente enfermo
Ya mayor y fatigado, el músico cruza al anochecer el Puente Carlos en dirección a la Ciudad Vieja. Con frecuencia llueve. Pero el chasquido del agua contra los adoquines, el chapoteo de sus pasos y la música que en su cabeza tararea, un movimiento de cierta sinfonía que recuerda con agrado, quedan ocultos bajo el fragor de la corriente del Moldava al impactar contra los pilares. Camina hasta una iglesuela donde le aguardan un órgano y la soledad. El párroco le ha dejado la llave. Ahí se recoge a veces por encontrar quien fue y regresar a su interior.