Remo. El lago parece el lomo de un gran animal dormido. Los juncos de la orilla musitan. Las aves desaparecen en la fronda que las aguas dibujan ya con desgana. Me miras remar y te ríes. Estuve en Lepanto —te digo—, luchando en un esquife al costado de Cervantes. Sí —me respondes—, pero mientras él remaba, tú estabas tumbado en el sillón. Es lo que tiene la lectura —te digo—, pero —añado—, prometo leerme también un manual de remo. Continúas riéndote. La barca fluye en la tarde. El sol se peina para salir por la noche en otro lugar.