En una esquina de la plaza del mercado un tal Platón, chato y barbudo, ha instalado su espectáculo de sombras chinescas bajo una carpa de mantas y plásticos sucios. Por unas monedas, que los más jóvenes reúnen con facilidad, les enseña a comprender, a través de las siluetas que dibujan las persianas a medio bajar, qué ocurre detrás de las puertas que los adultos cierran tras de sí. Un mocoso llamado Peter, que ha empezado a ver que la vida es una pensión cuya patrona sirve en platos de estaño un cucharón de aguachirle por sopa, no se pierde función.