El viaje no transcurre tanto en los lugares citados como en dos maneras de contemplar. En El Cairo, el lugar está en los títulos. La mirada fija el poema, su curso dibuja el lugar, la descripción conduce a un final sapiencial o paradójico. El autor, joven, aprendía del mundo a desarrollar destrezas verbales. En Tokio, qué diferente, la ciudad y su cronista catorce años después. El tiempo se alza en protagonista, diluye el viaje en su pasar. Los títulos, mera cronología. El poema, el retrato de un espacio hecho jirones donde describir no depende de la mirada, sino del pensamiento.