Nada en el jardín me lo ha contado, y lo he sabido. El día se mueve con torpeza, se apoya en las azoteas en su inarmónico avance hacia ninguna parte. No parece que pueda traer algo en las manos que sorprenda. Ni siquiera a una despistada como yo. He sumado los números de la fecha y jamás había obtenido una cantidad tan anodina. Ningún pájaro alrededor se ha posado en la copa de un tilo a meditar sobre la gratuidad de su canto. Y, sin embargo, esta alegría entre los setos por florecer no la recuerdo en ninguna otra jornada.