No vi resplandor alguno. Ningún brillo que llegara de lejos como un presagio. Tampoco claridad que no fuera la escasa que los nubarrones de tormenta imponen al día. Ni siquiera llameaban candelas en el pequeño altar excavado en la piedra al pie del camino. Aunque ocurriera en invierno, no ardían por los campos vecinos restos de alguna poda. Hasta el riachuelo que corre por el lugar se agazapaba bajo la maleza para no provocar destellos. No existió ninguna señal aquella tarde que se apresuraba a entregarse entera a las sombras. Y sin embargo solo recuerdo de su rostro la luz.