¿Has traído un libro?, me pregunta mientras alzo los remos, los coloco dentro de la barca y dejo que sea la tarde quien la gobierne. Sí, respondo. ¿Vas a ponerte ahora a leer?, me insiste. Claro que no —digo—, esta luz, esta calma, tu conversación, ¿crees que puedo abstraerme del momento? ¿Y entonces, por qué has traído un libro?, inquiere. La verdad, no lo sé. Creo que no sabría salir de casa sin un libro bajo el brazo. No por mí, sino por el libro, para que se tranquilice al saber que cuando no estoy leyendo también sé vivir.