El país de las sensaciones se extiende por llanuras verdes, montañas a lo lejos, una costa agreste y cielos profundos en los ojos de quien los cierra. Un sendero humilde zigzaguea entre encinas. Un mesón apartado con mesas de madera, una flor en el centro, manteles a cuadros y olor al fuego que en la cocina dora los alimentos. Junto a la jarra del agua se deja el mapa que conserva las dobleces de ir en el bolsillo. El territorio de las emociones está poblado por aldeas con casas de piedra e iglesias antiguas en cuyo interior resuenan los pasos.