Señor, yo… —balbucea Arnaldo, sorprendido en su labor sobre la
cubierta del Teste— solo fumigo. Se quita los lentes de sol el Almirante Paul
Valéry, encara al empleado. Cuanto haya
de retórico en mi buque —sentencia— nada
deje. Señor, yo… nada dejo. En la escollera sur del puerto del Mar del
Plata, a lo lejos, los pescadores remiendan las redes bajo los toldos. Ni por asomo quiero ver en mi barco —dictamina—
un rastro de noche. El sol de febrero chilla desde el aluminio de
los techos en los galpones. Señor, yo…
solo luz. El Almirante sonríe. Arnaldo, ahora, también.