Si al observar el trazo que realiza sobre el suelo o el pavimento se considera la sombra como charco, entonces cabría definir la presencia como lluvia. Al igual que la lluvia obliga a comportamientos inhabituales del sujeto, que ha de abrir el paraguas, en el caso de que disponga de uno, o en su ausencia, ha de modificar el paso, la ruta, la posición del cuerpo y de la ropa y, sobre todo, la desatención de la mirada hacia cuanto no sea lluvia, así también cualquier presencia condiciona lo que ocurre. Y la sombra —el charco— será su olvidadiza memoria.