No hay casi nada en el interior de un instante. Apenas ha dejado algo atrás e idéntica nimiedad le aguarda por delante. Mecanismo que repite con indiferencia un proceso. Un engranaje que solo emite chasquidos regulares como prueba de que está en marcha. De que rueda. Sin que se sepa qué genera su discreto latido. O cómo urde la secuencia insignificante de instantes esa permanencia a la que denominamos vida. La esencia que tuvieran desaparece pronto, la densidad se va evaporando, el relato del que formaban parte quedó deshecho, un manuscrito anegado un día de crecida. Y, sin embargo, perdura.