Asunto de cierta antigüedad y
renombre es vivir dentro de la literatura. Aspirar a convertirse en poema tiene
sus precedentes. Hoy, tan ciegos ya de visiones, por fortuna quedan aún las
librerías. Cada vez menos, pero ahí están. Las de nuevo, desmejoradas, algo patéticas
de tanto que quieren gustar, tan con el pie cambiado; las de viejo, algunas
verdaderos arrecifes dispuestos a hacer naufragar cualquier época venidera. Como
textos dadaístas, los estantes escriben versos espontáneos y efímeros que
vibran en la memoria. Como textos sagrados, sacuden las conciencias con
epifanías. Cuando uno sale no se reconoce en quien ha entrado.