En una de las paredes de la sala hay un cuadro donde de vez en cuando entramos a pasar la tarde. Una mínima bahía, con una estrecha playa de piedras y una barca de pesca varada. La mañana de invierno se ha remangado la falda y se remoja los pies y las piernas, hasta las rodillas; el rostro de viejo pescador con pipa en la boca de las rocas la contempla con indiferencia. Buscamos en la acuarela una piedra donde sentarnos. Le subimos el cuello al abrigo, porque la brisa llega gélida, nos damos la mano y suspendemos el pensamiento.
sábado, 29 de marzo de 2014
Becqueriana / 45
En una de las paredes de la sala hay un cuadro donde de vez en cuando entramos a pasar la tarde. Una mínima bahía, con una estrecha playa de piedras y una barca de pesca varada. La mañana de invierno se ha remangado la falda y se remoja los pies y las piernas, hasta las rodillas; el rostro de viejo pescador con pipa en la boca de las rocas la contempla con indiferencia. Buscamos en la acuarela una piedra donde sentarnos. Le subimos el cuello al abrigo, porque la brisa llega gélida, nos damos la mano y suspendemos el pensamiento.