jueves, 30 de enero de 2014

Cuaderno de tapas rojinegras \ 5


El amanecer teje sonidos con displicencia. Permite que los gorriones despierten al bosque con su inarmónico cántico y vandálico piar. Una celebración sonora de la luz que acompaña la caótica creación de las formas, la profunda desorganización de lo visible que para mitigar sus efectos denominamos paisaje. El coro desafinado de gaviotas se une, con graznidos ásperos e intimidatorios. Le sigue el lánguido lamento de los mamíferos, el zumbido de los insectos, el chapoteo de los reptiles. Una orquesta de aprendices fogosos que de repente, cuando una batuta de palabras golpea el atril, el poeta consigue conciliar para los demás.