Piedrecitas de cuarzo en el
sendero, las luciérnagas trazan al anochecer caminos imposibles. Vías que jamás
regresan a lugar alguno ni emprenden búsqueda que acabe con acierto. Una
estrategia baldía para cartografiar el bosque. Un desvarío de la razón. Un despropósito
para cualquier tránsito. Quizá por eso mismo, en la tiniebla del día y entre
los laberintos de la espesura nos atrae tanto orientarnos únicamente a través
de la errática señal de los insectos de la luz. Su caótica guía nos conforta.
Cada vez más perdidos en la intimidad de la fronda, vagando por la maleza,
llegamos certeros a nosotros.