El abrazo de la luna crece día a día. Unas noches hacia la luz; otras, camino de la oscuridad. Una metamorfosis que la conduce siempre hacia el interior de sí misma. El agua de las fuentes nace al atardecer tras haber sentido un presagio. Y como hontanar repentino, traza un cauce que serpentea sobre la arena. Que su movimiento refleje el rostro de la luna será su manera de quedarse quieta, ella, el agua, la constante fugitiva. La que da frescor a los labios de los amantes. Antes del abrazo, cuando se buscan, desconocidos, en el terreno de los sueños.