lunes, 26 de noviembre de 2012

1907


El escribiente anota ciudades en la pizarra y luego las borra con un trapo que desprende una coleta de tiza que acaba por crear dunas diminutas sobre las losas ministeriales. En eso consiste el destino, un nombre de lugar que el funcionario suprime de un listado y convierte en montoncitos que, tras ser pisados, esparcirán vestigios blancos al albur de los reniegos del barrendero. Leí «Soria» en la retahíla y sin saber cómo vi que le adjudicaban mi apellido. Casi a mis espaldas. Un destino, una cascada de yeso. Hueco topónimo que este viaje en tren… ¿habrá empezado a llenar?