Fásmido del
pentagrama, extrae de su inmovilidad el azucarillo que disuelve sus notas entre
las del conjunto de cámara. Su piel de alpaca le hace propenso a las simetrías
entre sonido y destellos luminosos. Un alambicado sistema de clavijas juega al
escondite con el aire que el flautista introduce por una embocadura lateral en
el tubo de las metamorfosis. El aire disfruta buscando y encontrando el hueco
por donde huir en forma de dulzor. Estas cualidades las aprovechan los
flautistas para convertirse en figuras legendarias. Y es cierto que la brisa
les ayuda a esparcir su música y su melena.