Las manos del pianista chapotean sobre la
alberca alargada del teclado. Saltan notas, aquí y allá, que las hormigas
reúnen en montoncitos antes de guardarlas en sus ciudades; las distinguen bien
de otras semillas que andan por el suelo, como los adjetivos o las formas
verbales anodinas, que no son de su apetito. Nunca se equivocan, ni siquiera
cuando la cantante entona con corrección la melodía. Les disgusta todo lo que
tenga dentro significado. Para alimentarse de esta grana hay otros insectos,
nocturnos, que se confunden con las sombras. Del cosquilleo del pianista
aprenden las hormigas sus pasos de baile.