Cuando levanté la cabeza para seguir el vuelo
apresurado del vencejo, mis ojos tropezaron con el gesto resentido de la nube. ¿No me reconoces? —como si al
preguntarme adivinara la respuesta. No sé nada sobre vuestra manera de caminar.
Cuando miro al cielo ya veo llegar otras, y sin embargo no os he visto partir.
¿Cómo voy a reconoceros, nubes? ¿Por qué
me tratas en plural? —mi afabilidad solo conseguía aumentar su malhumor— ¿Acaso te llamo yo a ti ser humano en lugar
de pronunciar tu nombre? Qué metedura de pata, pensé. Nube, déjame ir
contigo. No debería —masculló. Anda.