Nada más bajar del tren me encamino hacia la
playa. Me urge preguntarle al mar por su naturaleza. Sus olas crespas,
rugientes, frías me responden. Entiendo que se siente esa ebullición húmeda y también
un símbolo. ¿De qué?, inquiero. ¿De qué lo es para ti?, me devuelve la
réplica. Le digo entonces que su oleaje me parece las sábanas revueltas sobre
una cama en un cuarto vacío. Los amantes no están, pero su resplandor impregna
los objetos. Lo ves —musita—, un símbolo. Soy al mismo tiempo lo que estás
viendo y la habitación sin nadie donde se entrelazan los amantes.