Ha llegado la tarde a sentarse a mi lado en el
banco del parque con su rumor de tráfico en la avenida y voces de niños que se
llaman unos a otros al columpiarse. Se ha presentado como quien acompaña a la
gente mientras piensa en la cena o en un gesto que se ha desleído a fuerza de removerlo
dentro con la cucharilla del recuerdo. Cuando he mirado a los ojos azules de la
tarde para hablarle de mis cosas, me ha cogido de la mano. No me cuentes nada, me ha dicho. Lo sé todo, ha añadido, apretándomela.