El camino serpea hacia la ermita. Una brisa leve acompaña el ascenso. A cada paso, la mirada hacia atrás transforma la realidad en paisaje; y arriba, las paredes blancas de la iglesuela le prometen que ha de abarcar aún más, la lejanía. Por el barranco donde el último incendio acabó con los viejos y enormes castaños de indias, sus troncos ennegrecidos claman contra la injusticia de que otros más jóvenes y temblorosos verdeen ahora sin sombra. Lo anotan los ojos y buscan palabras que lo conviertan en ritmo. Palabras como estas, desasistidas de la mañana, de la luz, de piel.