El entusiasmo con que Áxel se ha levantado este año oculta una sospecha. Alguien le ha dicho algo. Mientras abraza paquetes con griterío, de refilón lee los signos: el cuenco de agua mediado, cáscaras de nueces y avellanas en el platito, una magdalena medio mordida. Parece, en efecto, que por la esquina del comedor donde había dejado los zapatos han transitado camellos y personas. Advierte cierto desorden en el sofá. Acaso se sentaran un momento a descansar. Pero lo único que le libra de la sospecha, este año, es el alborozo de los adultos. Si hubiera algo, ellos lo sabrían.