El hijo del paisajista carga con los espráis de pintura en dos bolsas de plástico. Al caminar, con el balanceo, chocan los botes entre sí y contra las esquinas; su cantinela metálica le acompaña por las callejas del barrio. Tiene una puerta que pintar. Lleva tres noches soñando con su superficie; primero en blanco y negro, luego fueron apareciendo colores. Si supiera cuáles no tendría que acarrear con tantos. Cuando llega, suelta las bolsas y los espráis saltan por el adoquinado. Hermosa puerta. Volcará su saber en ella. Como quien escribe en un blog, se lo regalará a la intemperie.