Tras las campanadas de las cuatro se despierta con frío y entorna la ventana que había dejado de par en par. A las siete se levanta para cerrarla. El cristal acalla el griterío ansioso de los pájaros. Dos goterones de pintura manchan el esmalte del marco. A veces anquilosan la intensidad de lo vivido y otras consiguen que renazca. Las formas todo lo trastornan con su anhelo de sentido. Son la niña que se asoma a la alacena en busca del tarro de compota, pero se asusta porque no ve a nadie. Si al menos hubiera un fantasma, entraría acompañada.