viernes, 10 de julio de 2009

Una vida en tres libros (díptico)


En el Verdi reponen Mishima, una vida en cuatro capítulos (1985). Sus productores, que ocupan un cuerpo tipográfico en el cartel mayor que el director, son Coppola y Lucas, sinónimos del cine de entretenimiento. La película, sin embargo, estremece: la música de Philip Glass, una interpretación soberbia, un espléndido guión. Hay algo que emociona más: las secuencias entretejen el argumento de tres títulos de Mishima. Tres cuartas partes escenifican obras literarias; una cuarta parte evoca la alucinada biografía. Esta proporción: ¿sería posible hoy? Apuesto a que rodada ahora, una película sobre Mishima mostraría más mundos sórdidos, más subrayados, ninguna literatura.
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Desde la época del estreno de Mishima la literatura ha sufrido en la sociedad —en el valor que la sociedad otorga a sus mitos— un constante y acelerado desprestigio. ¿Por qué? Se me ocurren al menos tres razones emparentadas entre sí: el auge de las ciencias sociales empeñado en conquistar el lugar que siempre habían ocupado filosofía y literatura en la conciencia de la realidad (y la actitud cainita de tantos científicos sociales); la pérdida de su valor como símbolo de cohesión e identidad de un pueblo (acaso porque ya no queden pueblos); y su desaparición de los currículos escolares.