Ignoro las razones por las que un joven decide convertirse en novelistas, y a poco que piense también desconozco los motivos que me han llevado por este frecuentado camino. La novela ha sido siempre, para mí, la manera más fácil de no tener que escribir poesía. Lo que me justificaba, como si fuera un escolar que no ha hecho los deberes. Callar hubiera sido más sencillo. Lo he anhelado. El silencio: mi fracaso más pertinaz. Apagar el fuego con fuego. Quizá, pero el fuego de la novela es agua tibia —reconforta, elude— frente al vértigo del poema. Peor: su añoranza.