Para escribir un soneto laudatorio se elige un bloque de hielo sin mácula, purísimo. Se modela según el canon. Se esculpe con minuciosidad y paciencia, y atención a los arabescos del flanco derecho, donde reside la sonoridad. Se vacían lentamente los espacios con cincel fino. Se talla desde arriba, mirando siempre el pie donde se ha de agazapar su sorpresa. Una vez concluido, hay que conservarlo en nevera, porque si el soneto se abandona en mitad de una calle, sus perfiles se desdibujan, sus cenefas sonoras ensordecen y al poco sólo queda sobre la calzada un sucio y pisoteado charco.