Ayer nomás hablaba de Polifemo y esta mañana —qué añil purísimo en el cielo, tiñéndolo todo— lo descubro en mitad de la calzada, en cuclillas; aún así gigantesco y monocular. Me entretengo en contemplar cómo el operario calza la enorme grúa al asfalto. Siendo desmesurados los miembros de Polifemo, la maniobra de anclaje se realiza con precisión de relojero. Continúo mi camino hacia la panadería como una Galatea desdeñada. Alzo la mirada, por reconfortarme, pero la tristeza de la altiva humillada me ha invadido. Sólo ante una imagen se identifica: la bicicleta sujeta a un poste con la rueda pinchada.