Le desmelena el viento. Un mechón blanco se divierte dando saltos sobre la frente. No lo retira porque necesita las dos manos para sujetar la recia caña, que se dobla como un junco. La madera cruje con sus movimientos. Alguno de sus huesos hace coros. Si eso le asustara no hubiera salido de madrugada a pescar. El día en el que no se le enreda un remo entre los carrizos, las algas complican el avance de la barca por el río. El aire le hincha la camisa y el esfuerzo las venas. El pez conoce su edad y la reta.