En el Diario de los días que no he vivido el reportero de guerra e irredento aventurero Clemente Casín relata con detalle cómo despierta con las noticias de la radio, enrosca la cafetera, tuesta el pan, hace la cama. Evoca la conversación con el conserje sobre el tiempo previsto para la semana siguiente. Describe el paseo hasta el parque, donde se sienta bajo los tilos a ver transcurrir la mañana. Enseguida se descubre que se trata de un libro de ficción, porque ocupa siempre el mismo banco; algo absurdo, pues la sombra que gusta en verano el invierno la desaconseja.