Le escribo un mensaje atropellado a mi hermana: «Lo he encontrado». Y ella, que tenía más tiempo para perderlo ante la pantalla del teléfono, me responde: «Anda, como yo el otro día, que encontré aquel pendiente de oro que había perdido. Estaba entre los cojines del sofá y yo como loca todo este tiempo». No era eso lo que había extraviado. Estuvimos hablando toda la tarde en un Café. Tuvimos que pedir tres consumiciones para no impacientar a los camareros. Cuando llegó la noche nos despedimos. «¿Y?», inquiere mi hermana. Le escribo: «Como si hubieras vuelto a perder el pendiente».