La viruela de la humedad oscurece la antigua blancura en los muros del caserón. La lluvia traza una vertical para cada canal del tejado. La hierba verdea sobre las losas de paso. Un atrio lúgubre y hueco saluda con desgana. Una escalera se pierde hacia la oscuridad del piso alto, donde las habitaciones dibujan amorfos polígonos a medio ocupar. En invierno, el humo de la chimenea, cuyo tiro nadie limpia, esparce una niebla áspera en lugar de calor. En verano, la penumbra devuelve recuerdos de otros veranos, cuando voces infantiles callaban la sinfónica de chicharras y despreciaban los hiperbólicos crepúsculos.