Su padre había construido la casa al otro lado del río antes de que una crecida se llevara por delante el viejo puente. Desde su habitación solitaria ve cada tarde cómo sus compañeros disputan el partido en un baldío de ribera. Lo que está a un tiro de piedra le cuesta una hora a pie cauce arriba, hasta el pueblo vecino. La mañana de Reyes le despierta un jaleo en el patio. Se asoma a la ventana, pero se aparta al instante por evitar el balonazo que se estrella en el cristal. «Tu regalo», grita a coro toda su clase.