El pensamiento se desvive por determinar el ser del mundo, las manos se conforman con limpiarlo y ponerlo en orden. No suelen estas tareas considerarse de mayor valor que aquella, antes ocurre lo contrario, en general degradan a quien las realiza frente al que únicamente piensa. Es el principio de una extensa cadena de errores que se denomina civilización. Las manos palpan el mundo, lo enmiendan, lo distribuyen, lo reconocen. Al parecer eso no basta para los merecimientos. Lo acarician y lo transforman. Le dan el sentido que quien se ha sentado delante, cruzado de brazos, más tarde les atribuye.